Comunicando malas noticias

Cuando tenemos que dar una mala noticia, no siempre sabemos cómo hacerlo, y mucho menos cuando se trata de comunicarle a una persona que se va a morir.

A continuación reproduzco una nota publicada en el Facebook del Dr. José Luis Contreras, dónde se dan algunas luces al respecto. La nota está firmada por el Doctor Raul Bonis.

Consultas sagradas: compartir malas noticias

Hace unos días tuve otra de esas consultas sagradas. Una mujer de mediana edad acude a la consulta de su médico de familia porque "duerme mal".

Aplico metódicamente las cuatro preguntas hipocráticas, a saber: ¿qué le pasa? ¿desde cuando le pasa? ¿a qué lo atribuye? ¿en qué cree que puedo ayudarle?.

En la tercera salta la liebre y el llanto. El padre de la paciente tiene un cáncer de colon terminal. No sabe nada (o mejor dicho, su familia no le ha dicho nada).

La paciente ha decidido contárselo, pese a que alguno de los hermanos no está demasiado de acuerdo. No sabe como hacerlo, y por eso no puede dormir.

Los médicos damos continuamente noticias. Las buenas son fáciles, las malas son las peores. Nadie nos enseña como hacerlo.

Como residente de Medicina de Familia tengo la suerte de haber hecho una rotación por la unidad de cuidados paliativos. También, de haber recibido formación específica sobre este tema.

Para empezar el primer error de concepto: las malas noticias no se dan, se comparten. No es algo que se suelta al paciente (o familiar) para uno quitárselo de encima y que el otro lleve la carga como mejor pueda. Compartir malas noticias es un acto de comunicación humana dinámico donde se "comparte la carga", aunque sea el enfermo terminal el que lleve el peso principal del asunto.

Aconsejo a la paciente cómo hacerlo. Al menos cómo me han enseñado que hay que hacerlo.

La primera idea fundamental es que en general siempre es mejor informar que ocultar o mentir. Cuando no se informa al paciente moribundo se le niega su derecho a ser protagonista de su propia vida y proceso de muerte y en cierto modo se le roba la dignidad. Además el paciente que tiene una enfermedad terminal sabe que se está muriendo y la conspiración del silencio solo consigue que el paciente no pueda "compartir" la mala noticia generando un sufrimiento innecesario.

La segunda idea es que el paciente tiene derecho a saber, pero también a no saber. Por lo tanto el primer paso es averiguar lo que sabe, y después averiguar lo que quiere saber. Hay preguntas muy sencillas que funcionan para estos casos, como por ejemplo: "verá, hay personas a las que les gusta conocer todos los detalles de su enfermedad y otras sin embargo prefieren que sean sus médicos o familiares los que se encargen ¿usted que prefiere?".

La tercera idea es que nunca debe quitarse a un paciente la esperanza. Esto no quiere decir que haya que alentar esperanzas infundadas ("a lo mejor hay una cura milagrosa") sino más bien que el paciente tiene que sentir que "hay cosas por hacer" y que no vamos a abandonarle. Lo peor que se puede decir a un paciente es "ya no hay nada que hacer". Cuando ya no hay tratamientos curativos, nos centraremos en otros objetivos como mejorar su calidad de vida, conseguir que siga siendo autónomo la mayor parte del tiempo, controlar los síntomas o ayudarle a cubrir sus necesidades (físicas, emocionales y espirituales). El mantener objetivos (aunque cada vez sean más paliativos y menos curativos) hará además que la familia se sienta útil.

Y por último el proceso de compartir una mala noticia no es un "todo o nada". Se trata de algo dinámico, se puede ir hacia adelante y hacia atrás. Se ofrecerá la información según la vaya demandando el paciente y con tiempo para que la vaya "digiriendo".

La paciente tiene la oportunidad de comentar y compartir sus dudas y sus miedos. Sale de la consulta algo más aliviada, con una benzodiacepina, una baja para unos días y sobre todo sabiendo que puede encontrar apoyo en su médico de cabecera. Esto último es probablemente lo más importante.

Dr Raul Bonis

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